Después de las siestas reparadoras de cada tarde, bajo a la playa a leer.Según si estoy sola o acompañada, leo recogida o en voz alta.
En mi bolsa ligera de cada día,llevo diferentes libros,según la ocasión..por eso para el verano me gustan los de bolsillo..tbn incluyo recortes de prensa y artículos que voy recortando para un impulso breve de lectura.
Ayer empecé con ilusión Cuentos de Amor de Bioy Casares y al azar tocò Cartas sobre Emilia..me gustò leerlo sentada sobre la arena, atardeciendo..compartiendo la lectura y de forma pausada..recordando a mi querido profesor de Borges y sus clases en que recitaba de forma única..
Os comparto algunas frases que repetí varias veces:
“Entrando a conversar, la gente vale por lo que dice, de modo que yo, aunque pintor, paso por alto la raza cuando es atinada la reflexión”
” Quien mira de fuera, no entiende de vacilaciones y con rápida lógica dispara su desdeñosa conclusión”
“Emilia contribuye al banquete con almendras y manjares, cuyo mérito principal consiste en ser elegidos por ella”
“Usted dirá que tenerla como como la tengo no es tenerla”
“Yo sólo pido que mi rival no la trate demasiado bien, porque entonces ella me dejaría, y que no la trae demasiado mal, porque entonces ella, que lo imita, me trataría muy mal a mí”
Marisa
Buen escritor, “Don Adolfo” y un tipo peculiar. Estaba casado con Silvina Ocampo, escritora de gran sensibilidad que quedó tal vez en un plano secundario por ser su mujer y hermana de Victoria. Vivían muy cerca de tu casa de Buenos Aires. No era infrecuente verlos caminando cerca del Pilar. Qué recuerdos, Bustos Domecq, ese híbrido Borges-Bioy. Gracias Vero.
Feliz sábado a todos, algo sofocante otra vez.
Visent
Una buena siesta y la lectura de un buen libro, siempre será una buena opción para para pasar unas buenas vacaciones.
Buenas tardes y sigue el calor.
paqui
Lo leí hace poco y se me quedó grabado :
no se si viene a cuento pero no esta nada mal, OS LEO A TODOS, OS SIENTO, aunque estoy muy callada ultimamente, je,je..
Medio pan y un libro
Alocución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.
“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.