El Papa Francisco eligió el silencio para expresar su dolor.  Se encuentra desde el miércoles en Polonia para presidir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), siguió la senda de sus dos inmediatos antecesores y recorrió el lugar donde durante la Segunda Guerra Mundial fueron asesinadas más de un millón de personas, la mayoría de origen judío.
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Pero Francisco quiso hacerlo sin pronunciar una sola palabra. Dejó que las cámaras que lo siguen desde hace tres años volvieran a enseñar al mundo el escenario de la máxima crueldad humana, ahora que, según volvió a repetir tras el asesinato de un sacerdote en Francia, se libra una “tercera guerra mundial a pedazos”. Bergoglio solo quiso dejar en el libro de visitas del antiguo campo de Auschwitz-Birkenau dos frases escritas en español: “Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”
Sin ningún discurso que poder transmitir, los medios de todo el mundo tuvieron que limitarse a acompañar al Papa durante la hora y media que duró su visita. Francisco entró solo, bajo el arco con la leyenda “Arbeit macht frei” (El trabajo hace libre). Tras saludar a las autoridades, se trasladó en un vehículo eléctrico hasta el patio donde eran convocados los condenados a muerte, el mismo lugar donde, hace 75 años, el sacerdote polaco Maximiliano Kolbe se ofreció para morir a cambio de un padre de familia que iba a ser fusilado.
Jorge Mario Bergoglio bajó a la celda del padre Kolbe, situada en el bloque 11, donde también se encontraban los calabozos subterráneos a los que eran enviados los condenados a morir de hambre y sed. Allí, en la penumbra, el Papa permaneció sentado durante unos diez minutos. Bergoglio también quiso saludar a 11 supervivientes de Auschwitz, seis hombres y cinco mujeres, y a un grupo de 25 personas de los llamados “ los justos entre las naciones”, personas no hebreas que se rebelaron contra la locura nazi y salvaron a un buen número de familias judías.
Francisco saludó uno a uno a los supervivientes. Entre ellos, a Helena Dunik Niwinska, de 101 años. En 1943 fue llevada al campo de exterminio y marcada con el número 64118. Se salvó porque era violinista y formó parte de una pequeña orquesta del campo. Su madre fue asesinada dos meses después. Otro de los supervivientes, Peter Rauch, un alemán que fue confinado en el campo con cuatro años de edad junto a toda su familia, entregó una vela al Papa, que se quedó en el museo como recuerdo de la visita.

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