En 1962 Igor Stravinsky recibió una invitación para visitar Rusia. Habián pasado cincuenta años desde la marcha de su tierra y su vuelta fue considerada un gran acontecimiento. Emoción al máximo. Stravinsky respondía casi siempre de manera violenta sobre su origen y pasado en Rusia. No era para menos. Su reacción era contra el gobierno soviético, que había rechazado su música como también lo haría de otros compositores como Prokófiev o Shostakóvich. La prohibición de su música comenzó ya a principios de los años 30, cuando los dirigentes soviéticos lo consideraron “ideólogo artístico de la burguesía imperialista”. Luego, con la muerte de Stalin, el panorama comenzó a cambiar. La campaña contra los “formalistas” y los compositores marginados volvieron a su lugar. Para Stravinsky el pasado fuera de Rusia lo alejó de su país pero no lo olvidó. Los años pasaban y recuerdos de infancia iban apareciendo con frecuencia. El famoso libro La madre, de Gorky, lo releyó de nuevo, así como publicaciones que leía en los primeros años del siglo XX. Influyó también el interés por parte de la generación de jóvenes compositores rusos que sentían un gran deseo y una necesidad vital en conocerlo personalmente.
El día 21 de septiembre de 1962 Stravinsky regresaba finalmente a Rusia, no a la “Unión Soviética”. Stravinski declaró: “He hablado en ruso toda la vida. Pienso en ruso, mi manera de expresarme es rusa. Tal vez no se perciba en la música y en la primera audición, pero es una característica inherente en ella y parte de su personalidad oculta”.
Stravinsky casi no conocía a Moscu pero sí San Petersburgo lugar de su niñez. Había retrocedido cincuenta años y el compositor se emocionó cuando contempló el Teatro Marinski, con el que tuvo tantos recuerdos. Era el lugar donde se había criado. Recordaba muchas cosas y una de ellas, para él la más emocionante, era cuando de muchacho iba con su padre a presenciar un espectáculo de ballet. Se acordó de la majestuosa decoración azul y dorada del auditorio, de los resplandecientes candelabros. Y contó que en una ocasión, en el año 1892, salió del palco hacia el foyer durante una función de gala de Ruslan y Ludmila de Glinka, donde su padre cantó el papel de Farlaf y recordó también que vio sentado a Tchaikowski, con el cabello completamente blanco.
Este viaje a Rusia lo hizo acompañado del director de orquesta y amigo Robert Craft, autor de varias publicaciones sobre Stravinsky. En la Gran Sala de la Filarmónica se celebró un gran concierto en el que se ejecutó La consagración de la primavera. Stravinskiy pronunció un sobrio discurso que comenzaba con unas bellísimas palabras: ”El olor de la tierra rusa es diferente, y es imposible olvidar algo así. Un hombre tiene un lugar de nacimiento, una patria, un país, sólo puede tener uno, y el lugar de nacimiento es el factor más importante de su vida. Rusia es mía y la amo, y ese derecho no se lo doy a ningún extranjero”.