Qué risa. Por suerte tengo un hijo tan simpático que se ha dedicado a gastarlas. Cuando escribo este diario de mañana, aún tenemos que esperar a que el resto de la familia se lave los dientes, pues les ha puesto sal en los cepillos. Ha llamado a sus abuelos y primos, cambiando la voz y haciéndose pasar por un señor que les tomaba el pelo. Son esos momentos de carcajadas y de nervios que te llevan a nuestra infancia.
Una vez me gastaron la peor inocentada de mi vida y que algún día os contaré. Aún tengo taquicardia de recordarla. Cuando ya hay maldad, es mejor no gastar la broma.
Os volvisteis niños ayer?